caigo

Tan privada de vos
Las cosas no son fáciles
En este iglú descongelado
Tan lleno de finales.
Alejadas de voces que hablan
nos entendimos sin palabras.
Desveladas, riéndonos a instantes,
Rasgadas por las penas…
con los suspiros llenamos paisajes.
Es muy tarde
En la más alta cima
se levanta un cuerpo desnudo;
tu cuerpo lleno de espinas.
La quimica me cautiva
y la gravedad me aproxima.
Resistimos la noche
y sus sobresaltos
Respiras, tomas aliento, suspiras…
Dolores del pasado,
Nudos estrechados.
Pongo mi cabeza en tu pecho,
Busco con mis manos expulsar
los fantasmas que te apenan.
Palabras que me hacen compañía
Te abrazo, quiero más…
Y caigo.
La luna te mira y sé que te da un beso,
nada tiene importancia
hasta mañana al asomarse el alba,
Con el sol tejemos complicidad
Susurrame al oido «que descanses»
y quedate a mi lado,
por una eternidad.
Caigo, al mismo tiempo desato,
los nudos que mantuvieron esta frágil armonia.
Caigo, mientras me despido;
la rutina, el triste engaño,
sin final yo caigo,
la corriente me lleva cerca,
del pasado.
Miro aquel río,
donde anduvimos
impulso de un instante,
que dibuja un salto,
atraviesa los espacios vacios.
Embarradas y descalzas,
Canciones bajo un arbol.
Los recuerdos se deshacen,
salto y siempre caigo.

~MAQUEVUE

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Un cuervo a la noche

Un cuervo la visita,
un cuervo atormentado
que hace de la angustia
el escenario de su poesia;
el limite entre lo real y lo irreal
se distorsiona en un espectáculo
sádico y caotico,
una danza donde los perdidos,
la locura, los fantasmas y los monstruos
crean un repertorio de lo siniestro.
Alada sombria y calmada
lo deja ingresar;
      le pinta con su negror
una inmensurable sonrisa
             que su pecho lo deja incendiar.
Solitarios vienen,
Solitarios se van.

(Maquevue,2022)

Ninguna

Escucha, escucha…
Escucha y mira,
vos no, cuidado! Te podés equivocar.
Aaaaaah!
El agua me tapo los oídos y solo escucho bla bla bla,
Todxs queriendo ser,
Todxs queriendo hablar.
Pero ya no puedo escuchar.
Cuando me toca?
Me parece que está vez no, quizá después, cuando ya nadie esté…
Si! por fin mi eco;
Aquel que son mis ojos
Y me guían al precipicio de dónde vengo
Donde soy ninguna y me vuelvo nada, mientras voy sintiendo la dulce y violenta caída.

Maquevue -14/4/22

SUSPENDIDA

Me detengo; es algo que he dejado de hacer

pero me acuerdo de algo que me preguntó alguien una vez…

«A dónde vas tan de prisa?».
Me doy cuenta de las cosas que me perdí por querer llegar,

de las conversaciones que no fueron por querer llegar,

de los detalles importantes por querer llegar…

me odio por eso, soy mi propia enemiga.


No hay próxima vez, ya está hecho, o mejor dicho… No lo he hecho.


Cuánto tiempo más tengo que perder?, Tengo que?
Sería mejor quedarme acá,

en la oscuridad;
de todos modos a la luz del sol se me nublan los ojos, ya no veo,

me cuesta mirar.
No tengo miedo de volver a empezar, pero me puedo hundir antes de volverlo a intentar,
Y no sé nadar.

Maquevue.

esto no tiene nombre

Sos lo que no tiene nombre,

Y sos quien me levanta esas mañanas

Entre melodías y miradas

Sos ternura y pasión

A demás fuego y rock

sos… no sé qué sos;

Pero te miro y me siento extasiada

Te canto, canto mal y te encanta.

“Tenes una dulce voz” me dijiste,

Aunque no se entonar

Pero qué más da,

Si sos el momento que me gusta pasar

Y además quiero que seas algo más.

~Maquevue

Alexandra David Neel- Capitulo I-(Laure Dominique Agniel)


LOUISE DAVID
1868-1892
París, 1873


Arces blancos, cedros azules, castaños. El bosque de Vincennes. Una niña pequeña da saltitos de un árbol a otro. ¿Qué
hay detrás de este? ¿Y de ese otro? Qué bonitos son. La chiquilla gira alrededor de los abedules y los arces, se esconde,
echa a correr entre risas. «¡Louise! ¡Vuelve aquí! ¡Louise,
para de una vez!» La institutriz intenta alcanzar a la pequeña, pero el largo ropaje la entorpece y acaba por tropezar en
una raíz. La niña ha desaparecido. Tiene cinco años y corre
que se las pela, embriagada por la experiencia de la libertad.
El cabello, lindamente trenzado alrededor de la cabeza, se
le deshace poco a poco, el vestido se desgarra en los matorrales, pero ella corre sin detenerse. En el fondo, qué fácil
es ser libre.

Ochenta años más tarde, en 1954, Alexandra David-Neel
relatará este episodio a un periodista que ha acudido a entrevistarla: «¡Me escapé! También me escapaba en Turena cuando iba a casa de mi abuela y, más adelante, cuando mis padres
pasaban las vacaciones en Ostende…». La anciana insiste mucho en esa expresión, «¡Me escapé!», que repite varias veces
con vehemencia: «¡Siempre me escapaba!». ¿Cómo no ver en ese grito la urgencia de escapar, pero también de salvar la piel:
defenderse, curarse, liberarse, soltarse?
Los adultos dicen en ocasiones a los niños: «¡No vayas allí,
hay un animal enorme!». Algunos niños, atemorizados, se cuidan mucho de acercarse al lugar prohibido. No obstante, siempre hay pequeños intrépidos que se apresuran a responder:
«¿Hay un animal enorme? ¡Quiero verlo!». Sin duda, la pequeña Louise David formaba parte de estos últimos.

«Las piernas apenas me sostenían cuando empezaron mis escapadas. El decorado que las rodea me aparece en lo más recóndito
de la memoria, como la verja de una puerta de jardín por delante de
la cual pasaba una carretera. Franquear esa verja e intentar unos
pasos por la carretera, a eso se limitaba el viaje, pero debía de
obtener gran placer con ello, porque me contaron que lo repetía
sin cesar pese a las reprimendas que me soltaban. El jardín era
extenso; allí habría podido desarrollar ampliamente la actividad
propia de mi personita, pero el más allá ya me fascinaba.»

[…]

LAS MULTITUDES (El spleen de París)

«Sumergirse en la multitud no es para todos: gozar de la muchedumbre es un arte; una francachela de vitalidad a expensas del género humano y sólo puede dársele uno al que el hada inspiró desde la cuna el gusto del disfraz y la máscara, el desprecio por el domicilio y la pasión por viajar. Multitud, solitud: términos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. Quien no sabe poblar su soledad, tampoco sabe estar solo en medio de una muchedumbre atareada. El poeta disfruta de ese incomparable privilegio, porque puede ser él mismo y otro, según su voluntad. Como almas errantes que buscan un cuerpo, entra cuando quiere en el personaje de cada quien. Sólo para él, todo está disponible y si ciertos sitios parecen estarle vedados es que a su criterio no vale la pena visitarlos. El paseante solitario y pensativo obtiene una singular ebriedad en la comunión universal. El que desposa fácilmente a la multitud conoce febriles alegrías, de las que eternamente se verá privado el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, enquistado como un molusco. El adopta todas las profesiones, todas las dichas y todas las miserias que la circunstancia le presenta. Lo que los hombres llaman amor es demasiado pequeño, demasiado restringido y demasiado débil, comparado con la inefable orgía, la santa prostitución del alma que se da entera, poesía y caridad, a lo que imprevistamente aparece, al desconocido que pasa. A veces es bueno enseñarle a los felices de este mundo, más no sea para humillar un instante su estúpido orgullo, que hay una felicidad superior a la suya, más vasta y más refinada. Los fundadores de colonias, los pastores de pueblos, los sacerdotes misioneros exiliados en el fin del mundo, sin duda algo conocen de esas misteriosas embriagueces; y, en el seno de la vasta familia que su genio creó, a veces deben reírse de quienes los compadecen por su suerte, tan agitada, y por su vida, tan casta.» (Baudelaire,1.869.p.34/35/36)

Isabelle Eberhardt -«Los diarios de una nómada apasionada»

«Estoy sola, sentada frente a la inmensidad gris de un mar murmurante… Estoy sola… sola como lo he estado siempre en todo lugar, como lo estaré siempre por el Gran Universo cautivador e ilusorio… sola, con todo un mundo tras de mí de esperanzas defraudadas, de ilusiones muertas y de recuerdos cada día más lejanos, tanto que se han hecho casi irreales. Estoy sola, y sueño… […]

[…] sola, sola para siempre en la soledad altiva y sombríamente dulce mi alma, seguiré mi camino por la vida, hasta que suene la hora del sueño eterno de la tumba… Y la eterna, la misteriosa, la angustiosa pregunta aparece una vez más: ¿dónde estaré, en qué tierra, bajo qué cielo, a esta misma hora dentro de un año?… Lejísimos, sin duda, de esta pequeña ciudad sarda… ¿En dónde? ¿Seguiré aún entre los vivos ese día?»